martes, 12 de julio de 2011

Palabras vs emociones

Mis emociones han comenzado a ser tan fuertes que pareciera como si las palabras no fueran suficientes para poder expresar lo que siento. Yo sé, suena blasfemo reducir la capacidad de las letras.

Es la tristeza la que en ocasiones se apodera de mis piernas, ataca en su andar para trastocarlas con severa lentitud, reprimiéndolas. Es la ira la que impone su voluntad en mis oídos y sólo escucho lo estúpida y patética que puedo ser. Recorre mi vientre y mis ojos estallando en llanto de impotencia. Llega entonces la frustración por dejar todo atrás, en un bote de basura cualquiera se me ocurrió dejar mis sueños...

Llega un grito de hastío de poner en en primer lugar lo que la vida quiere que haga, antes de proponerme a hacer lo que quiero de la vida. Y busco poner en palabras todas las cosas que me hacen hundirme o actuar pésima, todo lo que me odio a veces y culpo por no tener el suficiente valor de no posponer, de estar aquí, en este momento, sintiendo...SINTIENDO. Simplemente fracaso al instante de soñar e iluminar mi día con esa pizca de optimismo que alguien -no sé quién- me había regalado.

Entonces maldigo a las palabras, y culpo a las emociones por ser tan intensas. ¡Carajo! ¡Siempre he gustado de que todo sea intenso! Entro en una especie de reflexión con esa luz y esa voz que grita para apagarla...se da un diálogo entre tres. Todo nuevamente es silencio... Me siento entre feliz y decepcionada, la primera porque han hablado ya por mí las letras, la segunda porque no me ayudan ya a cambiar nada.

Laberinto

A veces le pido al cielo una buena señal. Tal vez sigo creyendo en la magia que tienen las nubes y las estrellas en los cuentos para niños, por eso busco tanto allá arriba. Otras veces le exijo a mi voluntad que se coloque en la puerta de salida, me tome de la mano y entonces salgamos corriendo juntas sin importar lo que venga. Pero hay momentos en que simplemente cierro los ojos y pido a mi silencio que no me deje dormir, que me ayude a que no se extinga esa pequeña luz que nos une.

Me siento dentro de un laberinto donde la salida simplemente parece no existir. Un atajo me llevó un día hasta él, supuse que regresando podría escaparme…nadie advirtió que no hay marcha atrás. Existen días que corro mucho sin molestarme siquiera en toparme con algún muro, y al otro día se iluminan pasillos que aseguran una ruta confiable al exterior. Después de un rato llego al mismo sitio y platico con las paredes, cae una lágrima y el laberinto desaparece…era sólo una pelusa en mis ojos.

No me emocionan los laberintos, me juegan trampas. Bueno, sí me gustan, me llenan de curiosidad. Es sólo que quiero dejar de asustarme cada vez que me traiciona la maldita idea de no poder salir jamás de ahí.