lunes, 19 de marzo de 2012

¡A joderse todos se ha dicho!

Odio mi lugar de trabajo, es la verdad. Me he pasado varios minutos contando las cosas buenas que he encontrado en él...pero me han agotado las largas horas que paso enlistando lo pésimo que resulta esta empresa, si es que así se le puede catalogar a tan mediocre lugar. La gente aquí no es mala, pero la estructura es terrible. No existe mínima idea del significado de organización, tampoco parece claro el concepto de equipo, mucho menos el de "empleados". Qué nefasto es darse cuenta que lo "importante" se vuelve "urgente" porque se queda al último.

Mis superiores -porque así se les llama institucionalmente- hacen reuniones y juntitas tontas cada semana para evaluar los avances y desempeño de las áreas, curiosamente todo expuesto en números y no en resultados (esto porque al dueño le da hueva leer y prefiere sólo darle un vistazo a la cifra de TOTAL). Gastamos cerca de 60 minutos en presentar reportes que lo único que reflejan es la rutinaria mala operación y ejecución que existe...aparte de la absurda y deficiente atención que se dan a los detalles. Nadie se atreve siquiera a expresar que las cosas están de la chingada, por miedo o por pena, o por flojera también...para variar. Nos tenemos que fletar a escuchar proyectos estúpidos que jamás serán consolidados puesto que, lo que hoy en día es esta empresa, se resume a un mero piso vulgar de edificio de Polanco lleno de máquinas y personas que de eso no pasarán.

Como en todo lugar no falta la persona "tóxica" que avienta malaleche con el simple acto de presencia; aquí hay varios y eso no sólo se ve, se huele. Y curiosamente son esas personas las protegidas por el señor de los cielos de nuestra querida empresa: nadie los toca. Han pasado de generación en generación comiéndose a los nuevos frutos que llegan de escuelas con esa rosa y patética ilusión de hacer algo grande aquí con sus calificaciones.

Hay veces que me pregunto si la gente aquí en realidad está trabajando o simplemente viene a joderse como masoquista (me incluyo); no encuentro punto positivo para permanecer aquí que no sea la mera necesidad de obtener algo de dinero. El dueño cree que la gente está feliz con su empresa, y hasta considera que se le ocurren cosas innovadoras -argumenta él siempre muy orgulloso- para que sus esclavos sean más eficientes y productivos: les compra sillas nuevas, les da bonos de puntualidad, les regala pastel en la junta mensual...¡qué tierno! Pero todo mundo sabe que al tipo lo único que le mueve es la plata...eso que brilla cuando paga sus corbatas, comidas en la Condesa, la cuota anual de club en las Lomas.

No suficiente con el tedioso e inútil trabajo que aquí se hace, recién acaban de anunciar sus medidas de "reajuste", porque en realidad no quieren llamarle de "explotación". Alguien -uno de los altos mandos- compartió su idea de sancionar a la gente por faltar, avisen o no. Sólo ruego por no estar aquí el día que les ocurra ejercer castigos por ir al baño... Aquí lo que hace falta es personal en todos lados, para todas las áreas y tareas, pero como se les acaban las buenas ofertas laborales optan por reducir a los empleados a una mínima materia obrera y mecánica, sin mucho pensar. ¡A joderse todos se ha dicho!

Sinceramente ya no hay forma de decepcionarse más de esta jodida empresa, lo que venga y pase es parte del asqueroso destino que su dueño ha querido forjarle. A veces creo que sus miles de pesos gastados en Harvard fueron para obtener ese amarillento papel que cuelga de la pared de su oficina, y no para crear un espacio digno de empleo. Incluso es posible que sus planes sean chingarse a la gente mientras pueda, ya después vendrá la quiebra de donde él saldrá librado y quizá dé paso a planes más siniestros.

martes, 27 de diciembre de 2011

Recuento

Muy común es hacer recuentos de lo que hicimos o dejamos de hacer en el año; yo sólo puedo contar que perdí mucho en éste que pasa y casi termina. Me quedé fría cuando se fue a la basura el trabajo de años que tenía papá, mamá comenzó a abandonar su vida social, la casa se llenó nuevamente de habitantes gracias a que mis hermanos volvieron al nido y eso implicó perder mi cuarto. Lola murió, se esfumó de este mundo para ir a una mejor dimensión...al menos eso creo y tal vez haya sido la más ganona en todo esto. Un auto se descompuso, luego el otro...huí de casa por un mes y volví por falta de dinero entre papás. Corté mi cabello como nunca, cambié de área laboral y perdí la comodidad de dormir hasta las 11 del día. Corrí poco, tomé mucho...ahora sí mucho, salí a fiestas, perdí tiempo en recuperar la energía.

Hice mucho, o en realidad sólo hice algo...y perdí demasiado. Y entre todo eso que perdí gané tres cosas valiosísimas: encontré el amor, enfrenté uno de mis miedos y entendí lo que es el desapego.

Mi recuento se resume en uno, dos, tres. Bueno, que ya venga el otro año. Adiós a todo lo que trajo el 2011...a recibir y crear lo que el 12 tenga siniestramente calculado.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Sin dormir

Sin ganas de ir a dormir. Hace tiempo que esto no pasaba, hace tantas noches que no consumía los minutos en escribir o estar mirando el techo llenándolo con mis ideas. Toda yo cansada con el cuerpo buscando desconectarse, mi mente que na´más no me deja cerrar los ojos. Quiero detener el paso de las horas para que no amanezca y tenga que largarme a trabajar un día más; quiero que se congele la noche acorde a mis deseos y que nada me haga sentir frío, o calor, o angustia porque ya es tarde. Todo quieto, en silencio, en paz...para que siga despierta entre la oscuridad.

No quiero cumplir mi horario de sueño, hoy no...sólo quiero pensar, escribir, imaginar, respirar, pero no dormir.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Vecinos

Tengo un par de vecinos nuevos. No conozco sus nombres, en realidad no me importa saberlo. Sólo me divierto observándolos por la ventana de mi oficina. Habitan el cuarto piso del edificio de enfrente y cada día se avientan al sillón de lo que parece ser la sala para ver televisión. Desde las siete de la noche se postran libremente y sin culpa alguna frente a la pantalla, a lo mejor ven una serie estilo Doctor House...o tal vez la comedia de las 8, las 9 y las 10... En verdad no parecen tener problema alguno en gastar cuatro horas (que son las que permanezco en mi trabajo desde que llegan al sillón) para ver la vida de otros, como lo hago con ellos.

En tanto, yo me la paso trabajando (bueno, hoy no tanto) resolviendo decenas de correos de clientes que están ansiosos por ser el número uno en la lista de atención de peticiones. Miro a los vecinos no sé si con envidia o con desesperación; teniendo ellos todo el tiempo que yo no tengo, y haciendo todo lo que yo no haría: estar aplastada frente al televisor, como ahora mismo frente al monitor...

Me pregunto si llegará el día en que pueda estar del otro lado de la calle, mirando desde el sillón de mi casa cómo en la ventana alguien trabaja hasta muy noche atendiendo decenas de correos.

domingo, 7 de agosto de 2011

Dar

Antes de llegar al diez se había terminado el número de las personas que realmente estarían para toda la vida. Le bastó con una llamada y tres horas sin dormir por la madrugada para confirmarlo. No sintió tristeza al darse cuenta de ello, se refugió en un suspiro, una sonrisa y la consciencia de estar creciendo. Se puso una idea de tomar las cosas como vienen y en el corazón se plantó la convicción de repartir sin reservas la pasión que le invade.

martes, 12 de julio de 2011

Palabras vs emociones

Mis emociones han comenzado a ser tan fuertes que pareciera como si las palabras no fueran suficientes para poder expresar lo que siento. Yo sé, suena blasfemo reducir la capacidad de las letras.

Es la tristeza la que en ocasiones se apodera de mis piernas, ataca en su andar para trastocarlas con severa lentitud, reprimiéndolas. Es la ira la que impone su voluntad en mis oídos y sólo escucho lo estúpida y patética que puedo ser. Recorre mi vientre y mis ojos estallando en llanto de impotencia. Llega entonces la frustración por dejar todo atrás, en un bote de basura cualquiera se me ocurrió dejar mis sueños...

Llega un grito de hastío de poner en en primer lugar lo que la vida quiere que haga, antes de proponerme a hacer lo que quiero de la vida. Y busco poner en palabras todas las cosas que me hacen hundirme o actuar pésima, todo lo que me odio a veces y culpo por no tener el suficiente valor de no posponer, de estar aquí, en este momento, sintiendo...SINTIENDO. Simplemente fracaso al instante de soñar e iluminar mi día con esa pizca de optimismo que alguien -no sé quién- me había regalado.

Entonces maldigo a las palabras, y culpo a las emociones por ser tan intensas. ¡Carajo! ¡Siempre he gustado de que todo sea intenso! Entro en una especie de reflexión con esa luz y esa voz que grita para apagarla...se da un diálogo entre tres. Todo nuevamente es silencio... Me siento entre feliz y decepcionada, la primera porque han hablado ya por mí las letras, la segunda porque no me ayudan ya a cambiar nada.

Laberinto

A veces le pido al cielo una buena señal. Tal vez sigo creyendo en la magia que tienen las nubes y las estrellas en los cuentos para niños, por eso busco tanto allá arriba. Otras veces le exijo a mi voluntad que se coloque en la puerta de salida, me tome de la mano y entonces salgamos corriendo juntas sin importar lo que venga. Pero hay momentos en que simplemente cierro los ojos y pido a mi silencio que no me deje dormir, que me ayude a que no se extinga esa pequeña luz que nos une.

Me siento dentro de un laberinto donde la salida simplemente parece no existir. Un atajo me llevó un día hasta él, supuse que regresando podría escaparme…nadie advirtió que no hay marcha atrás. Existen días que corro mucho sin molestarme siquiera en toparme con algún muro, y al otro día se iluminan pasillos que aseguran una ruta confiable al exterior. Después de un rato llego al mismo sitio y platico con las paredes, cae una lágrima y el laberinto desaparece…era sólo una pelusa en mis ojos.

No me emocionan los laberintos, me juegan trampas. Bueno, sí me gustan, me llenan de curiosidad. Es sólo que quiero dejar de asustarme cada vez que me traiciona la maldita idea de no poder salir jamás de ahí.